En estos días de celebración de los Juegos Bolivarianos de Ayacucho-Lima, recreamos emotivas e históricas experiencias vividas en el propio terreno donde concluyó formalmente el dominio del poder español.
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UNA NOVELA PICARESCA Y ENCUENTRO CON AYACUCHO
La primera vez que visitamos la ciudad de Ayacucho fue en junio de 1996, para presentar la histórica y divertida novela picaresca prácticamente ignorada en los estudios sobre la literatura y novela peruana: “Huámbar poeta Acacau-Tinaja”, de Juan José Flores, y editada el indicado año por feliz iniciativa y dedicación intelectual y académica de Elmer Aliaga Apaéstegui y Gedeón Palomino, profesores de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga.
Fue una experiencia singular en la que aún se vivían los rescoldos de la aventura terrorista de Sendero luminoso, que tenía casi paralizada a toda la población peruana, especialmente de la sierra central, y de modo singular, la histórica región de Ayacucho.
Volvimos a la épica e histórica ciudad en junio de 2002, para participar en el Primer Curso Taller Internacional de Literatura Infantil y Juvenil, organizado por la Facultad de Educación de la mencionada universidad, cuyo decanato ejercía el poeta, investigador y escritor Marcial Molina Richter. Compartió la responsabilidad organizadora el escritor Roberto Rosario Vidal
En esta nueva ocasión, entre los expositores extranjeros destacaron dos figuras sobresalientes: el cubano Luis Cabrera Delgado y la uruguaya Sylvia Puentes de Oyenard. El acontecimiento histórico-literario más importante fue entonces la fundación de la Academia Latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil, así como el nacimiento de la respectiva Academia Peruana.
LA RUTA HACIA QUINUA
En realidad, los sentimientos pugnaban en el recuerdo de la épica jornada del ejército libertador, además de los sangrientos enfrentamientos de la subversión de los años ochenta, cuyo centro protagónico fue precisamente el altar sagrado donde se cerró el capítulo decisivo de la lucha por la independencia; por eso a Felícita Bety y a mí nos pareció una herejía no recorrer las pampas de la Quinua, donde se selló la libertad del Perú e Hispanoamericana. Y hacia allí nos dirigimos.
El distrito de Quinua está como a unos 40 minutos de la ciudad de Ayacucho, en una ruta ascendente no muy pronunciada, casi siempre bordeada de interminables y atractivos racimos de verdes y tunas, elemento característico del paisaje.
El microbús rápido atravesó un poblado de atractivas casas blancas techadas con artísticas tejas casi siempre adornadas con hermosas figuras y esculturas de arcilla andina. Pero como nuestro destino era visitar el escenario de la última batalla por la independencia, hasta allí proseguimos unos pocos minutos más.
LA HISTÓRICA PAMPA
La explanada es amplia, verde, alfombrada, ubicada precisamente al pie del histórico cerro Condorcunca, donde se libró la histórica y victoriosa batalla, tan hermosa y atractivamente narrada por nuestro ilustre Ricardo Palma en sus célebres Tradiciones Peruanas.
No en el centro, sino más bien como empezando la vasta explanada se erige el alto, vertical y altivo obelisco cuya cima apunta a la eternidad del vasto e inmenso cielo azul. Allí, la mañana del 9 de diciembre de 1824, conscientes del rol decisivo que les deparaba la historia, se congregaron jefes y oficiales de los ejércitos, en realidad, no puramente americanos y españoles por separado, sino integrados, porque en ambos bandos alternaban compatriotas junto a los realistas, entre quienes se libró la histórica batalla que, luego de un transcurso incierto y dramático, terminó con las fuerzas lideradas por Antonio José de Sucre, figura histórica no suficientemente valorada, según nuestro entender.
En la base del enorme monumento se exhiben hermosas placas con citas y leyendas que perennizan el mensaje trascendente, histórico y alusivo: “LA NACIÓN A LOS VENCEDORES DE AYACUCHO”.
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LA CASA DE LA CAPITULACIÓN
El pueblo de Quinua es un hermoso e histórico distrito muy atractivo por las casas, casi todas de un solo piso, que exhiben su eterna blancura. Casi todas las casas lucen encima del techo de sus puertas hermosas esculturas de animales propios de la zona: toros, llamas, cóndores, vicuñas, gallos, palomas… Precisamente, de allí nos trajimos una hermosa réplica de “El misitu” arguediano.
La histórica edificación donde se firmó la capitulación, es decir, el fin del régimen colonial, es una mediana y alba casona de un solo piso, pintada de blanco y techo de tejas rojas. En la fachada lucen placas con históricos y patrióticos mensajes colocadas por diversos países e instituciones culturales, diplomáticas, educativas y cívicas. Las puertas no son amplias, pero sí bien conservadas. La histórica casa, bien cuidada, está flanqueada por una vereda de cemento; hacia un costado se ingresa a un pequeño ambiente cuyo elemento dominante es una mesa que, a manera de escritorio, como supremo altar sagrado, sirvió de soporte para la firma de la paz por Antonio José de Sucre y el virrey José de la Serna.
El sentimiento histórico, cívico y patriótico recuerda que los pueblos no pueden ni deben vivir dominados y avasallados, y que uno de sus elementos primordiales es la libertad. Por eso, la histórica y patriótica Pampa y el propio pueblo de Quinua son monumentos sagrados de la libertad.





