Más allá de la decoración, estos tonos tradicionales tienen un origen histórico, simbólico y cultural que explica su presencia constante en la Navidad. (Foto: Freepik)
Más allá de la decoración, estos tonos tradicionales tienen un origen histórico, simbólico y cultural que explica su presencia constante en la Navidad. (Foto: Freepik)

La Navidad no solo se reconoce por sus celebraciones y tradiciones, sino también por una paleta de colores muy definida que se repite cada año.

El rojo, el verde y el dorado están presentes en árboles, nacimientos, envolturas y espacios públicos, y su uso no es casual. Cada uno de estos colores tiene un significado que se ha consolidado con el paso del tiempo y que refuerza el sentido de esta festividad.

El color rojo es uno de los más representativos de la Navidad. Tradicionalmente, se asocia con el amor, la energía y la entrega, valores vinculados al mensaje cristiano del nacimiento de Jesús.

El verde, por su parte, está relacionado con la vida, la esperanza y la renovación. Su vínculo con la Navidad se remonta a las antiguas tradiciones que utilizaban plantas perennes para representar la continuidad de la vida, incluso en los meses más fríos.

El dorado completa esta trilogía cromática y suele asociarse con la luz, la prosperidad y lo sagrado. En el contexto navideño, representa la divinidad y la celebración, además de aportar un sentido de solemnidad y elegancia.

En conjunto, el rojo, el verde y el dorado construyen una identidad visual que trasciende lo decorativo. Su permanencia en la Navidad responde a significados profundos que conectan historia, fe y cultura popular, lo que explica por qué siguen siendo los colores predominantes en estas fechas, tanto en celebraciones religiosas como en expresiones contemporáneas.

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