A lo largo de las décadas diversos candidatos presidenciales nos han solicitado a los analistas de la educación ser parte de sus equipos técnicos o cuando menos darles algunas pistas sobre lo que habría que hacer en el sector. En mi caso, siempre les he dicho que el problema principal de la educación no es técnico sectorial sino político gubernamental por lo que ni siquiera las más brillantes sugerencias de gestión y/o reforma educativa serán efectivas. Es decir, si no hay una clara convicción de parte de todos los actores políticos relevantes sobre la prioridad que debe tener la educación y los cambios que urgen, ninguna reforma podrá prosperar porque no hay reformas sin dolor. Si no hay una articulación política con la oposición, ésta siempre saboteará las reformas por la facilidad de alinearse populistamente con los detractores. No se puede pisar cayos sin que a nadie le duela, sin costo político, sin resistencia a los cambios. Y ese esfuerzo político consistente y sistemático por la educación no lo he visto en gobierno alguno al menos en los últimos 40 años.

La larga experiencia hasta hoy ha sido que ninguno de los consultantes ha hecho caso de lo que se le ha propuesto. Por un lado, por falta de claridad de visión y convicción sobre la relevancia de la educación y el esfuerzo político por empujar las reformas. Segundo, porque en las campañas electorales predominan los asesores de marketing político que le dicen al candidato qué decir y qué no, porque el objetivo es ganar votos y no anticipar las reformas que inicialmente pueden ser incomprendidas o impopulares.