El año 2018, el escritor español Gabri Ródenas publicó la conmovedora novela “La abuela que cruzó el mundo en una bicicleta”. En esta novela, una anciana decide ir en busca de su nieto desconocido. Y no encuentra mejor medio que su bicicleta para “cruzar ese mundo” que la separa de él.
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Si bien HISTORIAS DE UN DEALER, la reciente novela publicada por el joven escritor Héctor Vílchez, no constituye exactamente un viaje de reconciliación, sí encontramos en ella estos misteriosos puentes que nos reconectan con los seres humanos, especialmente en contextos de incertidumbre, desasosiego, deshonestidad, miedo e inseguridad.
Historias de un dealer
Como el mismo autor nos anticipa en la contratapa de su libro, “Historias de un dealer” nos muestra las vivencias de Gregorio al incursionar en el oficio de repartidor, en la ciudad de Trujillo, en el momento en que una pandemia azotaba al mundo”.
“Ya había perdido la cuenta de los días de cuarentena por la pandemia. Ya daba igual si era lunes laboral o domingo para descansar. Ya no contaba siquiera las horas. Ya no importaba si era de día o de noche. Ni siquiera recordaba cuándo empezó todo; solo me recordaba vestido para una entrevista de trabajo a la cual no pude llegar porque las calles estaban llenas de militares…”.
De la mano (o al lado) de Gregorio, el lector recorre las calles de Trujillo y de sus distritos aledaños (y, al mismo tiempo, tan lejanos y tan alejados) y, en ese recorrido en bicicleta, experimenta el rugir de las carencias, pero también reconoce la mano abierta de los buenos corazones y el bullir de la maldad, de los peligros y de las grandes desigualdades.
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Ágil, realista y simbólica
“Historia de un dealer” es una novela ágil, realista y simbólica. Estas tres cualidades seducen al lector. Casi sin darnos cuenta, la lectura discurre a la par de la fluidez de la historia. El tránsito por las páginas del libro representa un (des)encuentro con el pedaleo constante de la vida.
“La llanta trasera resbaló cuando a velocidad giré a la derecha para cambiar de vía y… No sé cómo explicar lo sucedido, pues por unos segundos mi hombro rozó el suelo; pero, con la desesperación, seguí pedaleando y volví a incorporarme sobre la marcha para continuar pedaleando con más fuerza hasta que me volví a hallar en otro tramo lleno de enormes montículos de basura (…).”
El realismo descarnado narrado desde el estómago, el corazón y los ojos de Gregorio constituye una simbolización destacable. Se trata de una novela de aprendizajes, tanto para el protagonista como para el lector.
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Taras y desigualdades
Si bien los escenarios y los acontecimientos nos muestran al Trujillo del siglo XXI, también nos encaran ante las taras sociales (desde los comportamientos más “inofensivos” y naturales) y ante aquellas grandes desigualdades (cada vez más ignoradas) que nos alejan de la ilusión de la modernidad y de todos sus supuestos beneficios para el mundo.
A diferencia de “La abuela que cruzó el mundo en una bicicleta”, la novela de Héctor Vílchez es el resultado de la autoficción (el autor trabajó como repartidor, realmente), pero con un manejo consciente de la retórica y de los hilos comunicacionales.
Según las palabras del propio autor, él escribe como “chismoso”, pero no en el sentido de inventar chismes o de distorsionar la realidad, sino en el de crear historias pensadas en el lector, en interesarlo en la lectura. Para él, es muy importante que “a través de las palabras se generen sensaciones, emociones y reflexiones en el lector, como si ellos mismos fuesen los personajes de la historia”.
Lenguaje y humor
A través de un lenguaje fluido, con términos propios de nuestra época y de diálogos llenos de dinamismo y vitalidad, Héctor Vílchez logra su cometido. Asimismo, el uso humorístico del doble sentido, con una aparente ingenuidad o inocencia, logran un efecto destacable: si el oficio de quien vende ramos es el de ramera, este sentido se enriquece, si es que este oficio se realiza a ciertas horas del día (o de la noche), en las calles cercana al cementerio Miraflores de Trujillo.
Bajo este tratamiento del lenguaje, el lector se encontrará con dos miradas: una centrada en los personajes (la que nos permite conocer ese mundo interior que se esconde a través de un mensaje de WhatsApp); y otra que, desde la visión del protagonista, nos invita a descubrir la crudeza de nuestra realidad, aquella que muchas veces no queremos ver y de la que rehuimos o solo aceptamos desde las pantallas o desde los titulares en los puestos de periódicos.
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A seguir pedaleando
Para culminar este modesto comentario, diré que este no es un libro de riqueza estilística o el resultado de sofisticadas técnicas narrativas. Esta es una novela para mirarnos, para comprender al otro, pero también para revelarnos –desde el pellejo del otro– nuestras desigualdades (como sociedad) y nuestras oportunidades más pedestres (como el construir una vida en pareja o retomar la conexión con nuestros padres).
Como dijo el gran Albert Einstein, “la vida es como montar en bicicleta: para mantener el equilibrio, hay que seguir pedaleando”. Y esta parece ser la analogía a partir de la que Héctor Vílchez teje la novela “Historia de un dealer”. A pesar de las carencias y las adversidades (y de la “locura” de Morelia), hay que seguir “pedaleando” hacia aquel faro que reflecta esperanza y, con ella, la oportunidad de regresar a casa, con la firme convicción de que la vida continúa y las posibilidades de sonreír, también.
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